Ojo de agua I
Ojo
de Agua
Escribí
a Marsella, a la flecha, hilo negro, que hace del mar la boca negra
del mundo, y por ahí caminamos con los ojos concentrados en la
pérdida de color, rojo oxidado de la espesura, brillo de la cuerda
que saltó cuando gritamos “no nos roben los ojos de agua” por su
inarmónico acorde desigual, puente que deshoja a cada paso una
página escrita de duelo, contrabando y tránsito, ahí en el punto
calvario donde la mismidad se hace ajena y lo extraño nos clava la
punta de las vides derramadas en la fisura del esternón, por su
canción mal pronunciada, por los paneles obscenos de producción y
las manos bajo tierra buscando un ancla que sacuda los frutos pueblo
abajo antes del amanecer.
Escribí
en Venecia y sus calles flotantes, su olor putrefacto, sus hablas
incomprensibles y su vocación de suicidio angosto, subiendo museos
baratos para ver todo el ahogo caer en canaletas perdidas, barro
deshaciéndose al magma original en un remolino tan oscuro que
arrastraba en su elipsis la triste permanencia del iris del calor de
agosto y la certeza de que tierra firme es un enunciado cruel poco
factible de percibir frente a las hendijas que te conducen al viejo
gueto y su vida cotidiana grabada en el presente de lo velado, aquí
y allá, el que pronuncia y lleva la endecha no siempre es el mismo, aún cuando sólo iluminen ojos de noche podemos volver a dormir y
soñar con desprender los excrementos de palomas pegadas a los
edificios viejos.
Escribí
sobre las rocas de Cadaqués, desangrando mis rodillas en un acto
de insumisión a la belleza: el hambre de mi niñez no me habló de
su blancura destellante, de la lejanía, milenios bajo tierra, de los
fósiles genuinos, esos que pintan el rostro de necesidad y del
paladar, el gran hoyo del mundo, estado, condición intacta, luminal, que merece ser encontrado rostro a rostro absorbiendo elixires
bacanales de lenguaje, materialidad tuya y mía, al compás del
aliento y la respiración abriendo los poros y desprendiendo esporas
viejas para, en un acto de desnudez, recorrer la variación del cielo
en la bahía y contrastar, en un mismo suspiro, nuestras manchas
epidérmicas, no de siglos sino de unos pocos años de mirada
extraviada que contamina cada hálito, inmediatez del amor, ese que
rodeaba las trincheras familiares creadas como refugio frente a la
exhumación de los muertos de aluminé, ruta de neblina, febril como
el atardecer del volcán en espejo cromático con lo disperso que cruje, ramas caídas, semillas de araucaria minúsculas como la escucha íntima del ojo de agua que murmura tenazmente en cada lado de la frontera, cualquier charco de agua no es un ojo, bajo la nieve, los escombros, en cada pisada de hondura deja su huella para que retumbe del otro lado, y llegue a vos,
chimango atigrado, destello, sol negro, aparecido en cada comunicación voraz que sacude lo establecido para vibrar en la fibra sanguínea, somática, nerviosa, medular y apuntalar el vuelo procaz. Esa que
dice “escribí” como un acto reflejo que sacude lo admirado para
volver a empezar.
Comentarios
Publicar un comentario