Ojo de agua I
Ojo de Agua Escribí a Marsella, a la flecha, hilo negro, que hace del mar la boca negra del mundo, y por ahí caminamos con los ojos concentrados en la pérdida de color, rojo oxidado de la espesura, brillo de la cuerda que saltó cuando gritamos “no nos roben los ojos de agua” por su inarmónico acorde desigual, puente que deshoja a cada paso una página escrita de duelo, contrabando y tránsito, ahí en el punto calvario donde la mismidad se hace ajena y lo extraño nos clava la punta de las vides derramadas en la fisura del esternón, por su canción mal pronunciada, por los paneles obscenos de producción y las manos bajo tierra buscando un ancla que sacuda los frutos pueblo abajo antes del amanecer. Escribí en Venecia y sus calles flotantes, su olor putrefacto, sus hablas incomprensibles y su vocación de suicidio angosto, subiendo museos baratos para ver todo el ahogo caer en canaletas perdidas, barro deshaciéndose al magma original en un remolino tan oscuro que arrastraba en su elips