Reynaldo Jiménez

Pasar al contenido principal CULTURA //// 02.12.2012 La deriva de ese pensar en carne viva Entrevista a Reynaldo Jiménez, poeta, investigador prolífico, y amigo personal de Néstor Perlongher. Fotografía de Clara Jiménez Facebook Twitter WhatsApp Telegram Compartir Papeles Insumisos APU (Por Victoria Palacios): 1- Hace algunos años realizaste, junto a Adrián Cangi, una recopilación de textos dispersos e inéditos de Néstor Perlongher bajo el título Papeles Insumisos, ¿cuál fue la voz poética que quisieron destacar? Reynaldo Jiménez: Aquel proyecto surgió, en un solo impulso, de un dossier-Perlongher que habíamos publicado en el número 7/8 de la revista tsé-tsé, que también incluye una enorme muestra de poesía de Brasil, donde Néstor vivió y falleció, así como otra zona de Escrituras alógenas ideada por Nákar Elliff, otro poeta afín a Néstor. Por su parte, Adrián Cangi había estado trabajando en un Archivo Perlongher, supervisado por Jorge Schwartz, en la Universidad de São Paulo. Decidimos reunir en un solo volumen los relatos (cinco en total), todas las entrevistas que se le hicieron y una correspondencia extensa con su gran amiga Sara Torres, cuyo archivo personal fue fuente de otros materiales que están en el libro, así como de un libro inicial, sin título, compuesto por tres secciones (Incongruencias, Inexperiencias e Incompletancias). Este inédito, si bien obra juvenil, contiene varios buenos poemas y es muy interesante a la luz de lo que después escribirá; lamentablemente, “por razones ajenas a mi voluntad”, no se incluyó en Papeles insumisos, ni tampoco en la más reciente edición de Poemas completos. También incorporamos textos ensayísticos que por distintos motivos habían quedado fuera del imprescindible Prosa plebeya de Christian Ferrer y Osvaldo Baigorria. Fue Christian quien nos facilitó, generoso, un par de textos, entre ellos una de las entrevistas justamente, que es un documento muy interesante, aunque tortuoso, porque se plantea algo de la tensión en la dualidad discursiva entre la codificación académica en la antropología urbana, que Néstor manejaba por motivos laborales aunque vocacionalmente, y la poética en sí. Y es que (al menos a mí) interesaba relevar ese aspecto documental, informando la propia razón poética de Néstor. El libro resalta, por la concreta honestidad de los materiales vivísimos que lo integran, la variedad, incluso microproteica, dentro de esa obra. Pulsiones y por lo tanto espacios para la contradicción y para nada univocidad. Además, en una misma voz de escritura, digamos, hay sin embargo una insistencia corrosiva en relación a los condicionamientos unidimensionales del “imaginario”. Creo que Papeles… manifiesta contra esa esquematización, si no reducción automatizadora, de Néstor como autor casi de un poema excluyente (Cadáveres) o como militante de un materialismo incapaz de percatar en inmanencia, así como, después, hacia el final de su vida, de un experimentalismo sacramental sin capacidad devocional. Pero no, nada de eso: Perlongher es un anautómata. Su obra no establece nuevos comportamientos a acatar ni se reduce a ser archivo de consignas, es una meditación en la orgía, en la habitada crudeza, cuando no en la desnudez de los signos, detonándolos. Esa detonación perlongheriana lleva la voz poética a frecuencias medio aborígenes. La voz de uno, en tanto lector, queda en ese entredicho, en esa oscilación que no sabe muy bien si es arte o instrumento de inducción al trance. Esto Néstor lo sabía y trabajaba en esa dirección. Por eso era el tipo que no se averguenza de su inspiración, que no humilla su capacidad de inspirar, más allá de si hay o no leyes en juego. Que por supuesto las hay todo el tiempo y desde ahí se parte; pero a partir de ahí, se está manejando energía a través de una materialización donde la voz circula en estado mutante y ya no distribuyendo o administrando sentido. Mientras vamos leyendo entramos (si hay suspensión momentánea del juicio, si hay ganas de dejarse llevar por esas frecuencias medio brujas) en un derivar del sentido, oscilamos con el poema, que no se aferra más a las divisorias legitimadas como inconciliables de una mentalidad binaria. Tenemos por ejemplo la opción de dejar de leer, en este obrar inesperado pero necesario, una impronta carnal enmarcada por un pacto de lectura cualquiera o debido a algún imperativo cognoscente o categoría de reconocimiento o confirmación de nuestras certidumbres, haciéndonos menos lectores que mutantes, para ir pasando, en el trance intelectivo, por distintos cuerpos. Por un lado Néstor explora, desde y con una genitalidad inusual en “nuestras letras”, el entripado del carnal más inmediato y relegado, muy por debajo de las máscaras sociales, venciendo varias aduanas mentales que uno podría llegar a percibir en uno mismo introyectadas, pero resistentes a las mutaciones del sentido, con esa fuerza insensible de enquistamiento típica de un formateo del ser por estratos de obligatoriedad sobre obligatoriedad. Sin embargo esa corporeidad en tanto zona liberada, desgarramiento celebratorio, al no temer la aventura del devenir, que sería mandarse a lo desconocido (y qué más desconocido y más real que el cuerpo), tampoco tiene el menor escrúpulo ante las posibilidades, incluso divinas, de lo informe y potencial. Y desde ahí, tal vez, presentirse, y ante “el mundo” (poético y antipoético) presentarse a sí mismo, diría que hasta políticamente, como un alma. APU: 2-¿ En qué sentido puede hablarse de “insumisión”? RJ: Algo que Perlongher incorporó de sus lecturas del surrealismo (vínculo bastante soslayado a la hora de considerar el neobarroco) y en ese viaje de ida de enlazar a Lezama con Artaud, así como de esos inclasificables formativos para él (Néstor Sánchez, Genet), es precisamente la necesidad poética, esto es la urgencia de desautomatizar la realidad. Es decir: nuestra captación o sobreentendimiento de ella. Para eso atacó, desde todos los frentes posibles a su alcance, cualquier imagen cerrada, produciendo una escritura siempre formalmente insólita, pero porque muy arriesgada en cuanto a su apuesta vital. Con aquel título jugamos con la doble idea de papeles sueltos, semiperdidos hasta entonces, si no inéditos, o publicados en remotas revistas universitarias de varios países o, por el contrario, totalmente subtes (podía enviar un mismo texto a distintas publicaciones, quizá, imagino, para de paso hacerlos jugar en contextos diferentes). Por otro lado nos interesaba, a Adrián y a mí, la acepción de insumisión en cuanto a los papeles sociales, es decir a los roles de frontera-dentro que Néstor constantemente cuestionó: su intensa puesta entre paréntesis de las identidades. En este sentido me parece deplorable un actual empeño de ubicarlo como una especie de cuña o eslabón perdido, avatar de un supuesto “realismo nacional”. Algo así como declararlo puente entre una tradición realista y el aglomerado que cerraría como Generación del 90. Una obsesión con el verosímil, encima traducido y supuestamente enmarcado desde los razonamientos más académicos imaginables (por ejemplo, la ilusión de una “poesía con calle”, promulgada desde un Departamento de Letras, ya sea físico o virtual). Se apela, en ayuda de todo esto que juega a complotar lo incomplotable mismo, a una expresión de Néstor que él mismo define, en alguna de las entrevistas, como boutade (el subrayado es de él). Me refiero al término neobarroso, simpático neologismo que aparece a lo sumo en la tercera, si no cuarta línea de casi cualquier texto actual de aproximación, incluso honestamente admirativa, a la poética perlongheriana. Pero el cliché, repetido hasta la náusea, desatiende el sentido originario de la broma y que él, y nadie más que él, refiere. Le cambia la c al barroco para leer todo de otro modo (no solo al barroco). En el realismo ve un techo, una imposición de mano de la cultura como si hubiese tradiciones unánimes y en una sola dirección. Ve un límite a la investigación más propia en los andariveles estrictos de la poética, y propone atravesar ese techo, dejando atrás, de una vez por todas, lo que llama “la tos de tango”: especie de nostalgia por “la profundidad”, recalcar figuraciones en carriles de mano única. Entonces propone, a manera de invento pasajero y en el marco de un reportaje, pensar un neobarroso, como un paso más en la intensificación de la fuerza de voluntad de atravesamiento del techo. Deja andando el vaivén a pesar de la s (y será imposible no seguir leyendo barroco bajo la vibra del barro) y propone a cambio de un techo una máquina barroca capaz de atravesar el barro y las serialidades barriales, pátinas rioplatenses inclusive, de manera de quebrar el cliché (salirse del molde, además) y no, como tanto se pretende, hoy por hoy, de restaurarle automáticamente la fijeza. Y en esa intención de fijarlas, se falsean las cosas, se hace referencia a una supuesta preocupación por la “herencia de Perlongher”, se pone a la poética al nivel de un capital cualquiera. Se vuelve a confundir, en todo caso, y a propósito (al fin y al cabo se trata de convertir la riqueza poética en fuente de laburo, materia de congresos y ponencias, ediciones y homenajes, y viudeces, y herederos) el oro con Eldorado y la vida pasando.Otro tanto me parece que ocurre con ciertas coacciones de neomoral que se ejercen por sobre su cuerpo de obra, en realidad quitándole las asperezas o aspectos que pudieran problematizar, incomodar en momentos en que La Cultura estipula y maneja un formateo transgresor para el artista. Esto redunda en nuevas programaciones: la normalidad “del futuro”. Esos apliques ligan directamente con la alucinación mayor, que sería la identidad, solo que ahora con el perfil “legítimamente liberado” de las “identidades sexuales”, aun cuando Néstor, ya en los años 80, advierte acerca de un “ghetto gay” o, mejor, de una ghettización en serie del deseo, proponiendo en cambio “los mil sexos” o la consumación, nuevamente desencarrilada, al infinito. Eso puede ser tan literal o brutal o refinado u obvio o absurdo como se quiera, y también algo a ser inventado: antiproyecto, no le busca molde al futuro sino que deja venir a lo informe en tanto parte incapturable del sentido, pero al mismo tiempo trabajando analógicamente, en la experiencia sensual, como una práctica implicada y jugada en la forma. Por eso para leer a Néstor hay que “bajar” al ras de esos detalles repujados en la lengua explicitadora, donde la identidad deja de ser un imperativo categórico. El malentendido parte de la superposición de parámetros nocionales de tipo social aplicados a una práctica de la desmentida como es la poesía. Se puede, entonces, leer una representación del imaginario, todo el realismo nacional que se quiera, pero se pierde de vista el punto de intemperie en la atención molecular que Néstor está concientemente trabajando, quitándose la telaraña de los preexistentes legitimadores. Creo que Perlongher sigue siendo un insumiso, mientras que los esfuerzos por encasillar su poética y su atrevimiento existencial no pasan de ser nuevas operaciones preceptivas y, lo que es peor, bajo una actualidad decretada, normalizadoras. Los exteriorismos realistas justo niegan esa aventura del detalle, de la posibilidad insólita en la evidencia, que él enfatiza visiblemente en sus escritos. El micromar de las sílabas APU: 3- En el documental Perlongher, realizado por el director Jorge Barneau, a propósito de Aguas Aéreas mencionás la vinculación profunda, que encontrás como lector, en la indagación silábica que realiza Perlongher en su poesía, y extendés la lectura de un procedimiento nombrándolo como “asociación cromática”, ¿podrías explicarnos en qué consiste? RJ: Néstor me pasó el mecanoscrito de Aguas aéreas con la intención de que se lo llevara a Víctor Redondo, ya que éste, en Último reino, con su visión de lector-editor, había tomado la lúcida decisión de ir publicando varias de sus obras. De más está decir que leí el libro varias veces ese día, conmovido, porque ya sabíamos que su salud estaba jodida. Al mismo tiempo, era el libro sobre cuyas experiencias de indagación de una “inmanente otredad” tanto habíamos conversado en encuentros anteriores. En esas conversaciones recuerdo haberle fotocopiado montones de poemas de Martín Adán, a quien Néstor no conocía, y de pronto ahí estaba Adán, citado… Pero lo que me captó fue la belleza de esta escritura (la velocidad puntiforme de sus visiones verbales). Especie de paso al costado de las regiones más “temáticas” de su obra, así como una ampliación del concepto de micropolítica que venía, por supuesto, manejando. El registro de Aguas aéreas implica un recomienzo del lirismo, de la poesía lírica, ya no exaltadora del yo ni del no-yo sino como emisión transpersonal e instrumento para el trance. Exaltación, entonces, del misterio, alejándose en esto de esa especie de complejo de realidad que palpita y sacude en Osvaldo Lamborghini, por ejemplo, uno de los referentes poéticos indudables de Néstor en sus primeros libros. Justamente en otra de las entrevistas él menciona esto: que O. Lamborghini declara odiar la música y en cambio él no, él ama la “música”, la escritura bella. Está claro que esa forma no sólo envuelve sino involucra un estado del ser, influido por la ingesta de los enteógenos (particularmente la ayahuasca) pero también por una emergencia del ser: una preocupación y diría una experiencia de lo sagrado. Se trata de un sagrado y de un real desplazándose, en pleno devenir, y Aguas aéreas es un registro altísimo (no olvidemos que el libro se abre con una cita de Santa Teresa de Jesús) de esa apertura hacia lo desconocido intuido. Claro que la rítmica, “el micromar de las sílabas” como él mismo dice, provoca una marcación corporal, una respiratoria, como pocas dentro del conjunto de las poéticas más o menos reconocidas. Por eso la noción de trance (“trance leve” dirá acerca de la posibilidad de leer en poesía) es muy importante a la hora de hablar de su obra. Obviamente la indagación silábica es una relectura de la tradición, del Siglo de Oro en adelante, pero ese castellano que Perlongher escribe está desterritorializado, no es un castellano argentino o portuñolizado, apenas (aunque también lo sea), sino un salto de la escucha. Perlongher es uno de los pocos poetas capaces de romper el cascarón semántico. Y lo hace a través del sentido del oído, inaugurando, también como pocos, eso que podríamos llamar el “tercer oído”. Cada palabra, al dejarse escuchar, desoculta otras, corre paneles subliminales. El decir de una escritura así genera una ampliación de la conciencia. Todo lo contrario a las constricciones del realismo. APU: 4- ¿Podría vincularse esta indagación con una precipitación de la historia? RJ: No sé si la historia le cae encima a Perlongher o si, más bien, él, como también afirma en las entrevistas, y lo ha dicho tantas veces en persona, por ahí, se manda a alucinar la historia. Lo que alucina es la textura de esas consistencias narrables, haciendo del relato un trampolín hacia otra cosa, hacia una desmentida de los preexistentes. En este sentido su lectura de ciertos tópicos del “imaginario nacional” habría que reverlos, ya no como avatar de ese realismo consagratorio de una serie de mitos funcionales, sino como un desarmadero, ni bárbaro ni civilizado. Lo salvaje, en todo caso, como una delicadeza que el poeta aporta al devenir de una lengua más expresiva, menos dictaminada por las razones usuales o rutinas de uso. La poesía no se puede manipular como suponen los que reducen la historia a un relato fundacional, en esa preocupación constante por determinar el Origen y la Causa. Perlongher se apoya en las nociones de micropolítica por un lado y de pliegue y rizoma por el otro, para sumergirse en el espesor indómito de lo más ínfimo y descuidado, por inmediato y ferozmente sutil. Compuertas danle al nomeolvides para que bórrese de sí APU: 5- En Albañiles Desnudos(2) anticipando lecturas posibles, se podría pensar en una visión de una experiencia despojada dada como en suspensión, inmóvil, y a su vez comprometida, ¿cómo lees hoy la cercanía en la búsqueda poética que los unió? RJ: Me acuerdo que conversamos alguna vez con Néstor sobre la dimensión-hormiga, desde una especie de comprensión de la diminutez, que no estaba para nada desligada del micromar. Ahora me permito delirar esa memoria y decir: sílaba-hormiga, y en ese desplazamiento reaparece la cuestión de la colocación de las palabras en un devenir. Y del estar colocado, uno, quien sea ese yo-mismo: la lengua poética a manera de sustancia alucinógena o mejor transformadora de la percepción, de ciertos niveles de atención en la palabra, y no apenas territorio alucinante, fautor de ampliación de la experiencia conciente. Pero yo no sabía que me había dedicado ese poema (en sus últimos meses casi no nos vimos o había distintas personas presentes, no llegábamos a nuestra tierrita de nadie de la conversación). Recién me entero de la dedicatoria (y no te imaginás cuánto he releído el poema, escuchándole tantas cosas, como una especie de mensaje privado en público, con tantas capas de alusiones a cosas charladas en el tiempo) cuando tengo en mis manos la primera edición de Poemas completos, con El chorreo de las iluminaciones, que no conocía entero. El gesto corrobora esa actitud de interlocutor y aliado que siempre me reservó, como una especie de protección a mi propia intensidad poética. La poesía nos vinculó, no como esa cosa ambiental de las conexiones sociales o las relaciones más o menos públicas, sino en las coincidencias, siempre inquietantes, de la pasión poética. Otro envío postmortem pero factor de alegría fue la inclusión de algunos textiles míos en Medusario; él se los había pasado a Echavarren para que los incluyera en esa muestra. Había sido tan larga la espera de aparición de Medusario, que yo ya me había olvidado; además no sabía qué ni cuánto mío iban a incluir, me imaginaba una antología típica con dos poemas de cada uno o algo así. Estaba haciendo tiempo en una librería y entre las novedades estaba el libro recién traído de México: lo sentí como un guiño de Néstor desde el otro lado del espejo, saludando mi trabajo, respetuoso de éste, tal como el propio libro. También había escrito sobre un libro mío, Ruido incidental/El té, muy molesto con una reseña de escasas luminarias y más bien despectiva, que había salido en la época en un visible medio especializado, un breve texto con título todavía irradiante y que resume mucho de lo que conversábamos en torno a la poética (la vida), cuando bajaba desde Brasil al “país expulsor” como él llamaba a todo esto: “El alma intersticial”. Una de las cosas que más nos unieron, creo, fueron justamente las diferencias, todo aquello que podíamos compartir desde lo distinto, apreciando esa desigualdad sin allanarla nunca, ya fuera como intercambio de lecturas o como cruce de experiencias. Y no es que nos hayamos visto tantas veces, lo que ocurre en este tipo de conversación no se da en términos mensurables. Eso sí: al final la muerte nos aprontó el desenlace. Ahora que pasé con amplio margen la edad que él tenía cuando murió, sigo con ganas de mostrarle lo que estoy haciendo. Aun con la muerte ya trazada, nos tocó despedirnos en un lugar inesperado: en el mercado central de Santiago de Chile, quizá mayo del 92, en un almuerzo con colegas de variado pelaje luego de un encuentro de poesía ocurrido en Valparaíso. En ese momento quedamos que a su vuelta nos juntaríamos para registrar una entrevista en video, lo más larga posible (ya me rondaba la idea del documental). No se pudo.Me quedé con ganas de que hablara acerca de su raro coraje, ya que siempre lo había sentido como a un tipo valiente. No sólo por su frontalidad y su exigencia intelectual, ni porque dijera lo que pensaba en un nivel de elaboración conceptual que enriquecía indudablemente mi propia aventura (y la de tantos), sino porque, en medio de todos los debates, de todas las circunstancias del trazado violento que nos tocó, nunca perdió esa especie tan nítida de amor deslumbrado por la poesía. Él la entendía viviéndola, no como complemento o ilustración de sus prácticas, fueran estéticas, sexuales o políticas, sino como esa interzona o región corpórea del misterio que conecta con todo lo que nos desmiente, inhumano o extrahumano, no detectable sino únicamente como pensamiento poético. La deriva (palabra tan cara para él) de ese pensar en carne viva. Todos los días me acuerdo de Néstor. Releo a veces su obra. Sigo escuchándole la voz inconfundible. La agudeza. La honestidad de seguir indagando y no instalarse en lo encontrado. A veces me pregunto qué diría él sobre tal o cual asunto, preguntándome, sin capacidad de respuesta, por el violento imaginario que pareciera ser nuestra constante histórica, por la posibilidad transformadora de una lengua poética, una lengua de desplazamientos y crecimientos compartidos y no de grandes verdades inconciliables, y recuerdo su apelación: “Yo no quiero ser un poeta sólido; yo quiero ser fluido.” Albañiles desnudos(2) a Reynaldo Jiménez Cantan en suspensión las ajorcas del vuelo.El redondel la trama del batracio tendidoes, humanas alturas en el jagüel ahogadas.Desde el azul celeste nada se ve sino unas sombrasdesvaídas, hormigas locas en el lodazal. Ruedan en flotantes escalinatas la escarlatina del cilicio.Compuertas danle al nomeolvides para que bórrese de sícon una ilusión (distante). Sobre todo distante. Desde los ventanales del hospital se les ve cargando plumeros,hormigas gordas acariciadas por la mirada que las unta y forma a través del salto inmóvil. Reynaldo Jiménez nació en Lima, Perú, en 1959. Vive en Buenos Aires desde 1963. Publicó Tatuajes (poesía, 1981), Eléctrico y despojo (1984), Las miniaturas (poesía,1987), El libro de unos sonidos. 37 poetas del Perú (antología, 1988; 2005), Por los pasillos (ensayo, 1989), Ruido incidental/El té (poesía, 1990), 600 puertas (poesía, 1993), La curva del eco (poesía, 1998; 2008), La indefensión (2001, 2011), Reflexión esponja (ensayo, 2001), Musgo (poesía, 2001), Plexo (poesía, 2010), Esteparia (poesía, 2012) y El cóncavo. Imágenes irreductibles y superrealismos sudamericanos (ensayo, 2012). Fue incluido en Medusario (selección de José Kozer, Roberto Echavarren & Jacobo Sefamí, México, 1996; 2011), Jardim de Camaleões (selección y traducción de Claudio Daniel, São Paulo, 2004), Pulir huesos (antología y prólogo de Eduardo Milán, Barcelona, 2007), Antología crítica de la poesía del lenguaje (selección y prólogo de Enrique Mallén, México, 2009), Festivas formas (Eduardo Espina, Colombia, 2009) e Intersecciones (selección de Enresto Lumbreras, México, 2009), entre otras antologías. Participa del libro colectivo Nosotros, los brujos (edición de Juan Salzano, 2008). Algunas de sus traducciones de Haroldo de Campos se incluyen en Hambre de forma (edición de Andrés Fisher, Barcelona, 2009) y hay dos ediciones de su versión de Galaxias del mismo autor (Montevideo, 2010, México, 2011). Para el 2013 se anuncian la publicación de su traducción íntegra de Catatau de Paulo Leminski así como de dos muestras poéticas de Arnaldo Antunes y del ensayo breve Informe. Realiza videopoemas y entrevistas sobre poética en video que sube regularmente a internet, y ha performado su poesía en diversos lugares del continente y España. Con Gabriela Giusti co-editó la revista y el sello editorial tsé-tsé (que publicó alrededor de cien títulos entre 1995 y 2008). Junto a Adrián Cangi compiló Papeles insumisos de Néstor Perlongher (Santiago Arcos, 2004) donde se incluye su “Encuentros nestorianos en la niebla”. Su texto “Templar” sobre Aguas Aéreas se incluye en las distintas ediciones de Poemas completos de Perlongher: la de Seix Barral, 1997, y la flamante de La Flauta Mágica, 2012). Blog: http://quepodriaponeraqui.blogspot.com Facebook Twitter WhatsApp Telegram Compartir Colectivo de Comunicación Paco Urondo 2005-2020 Para comunicarte con la redacción de APU escribinos a agenciapacourondo@gmail.com Suscribirse Email Address * Los contenidos de este sitio están sujetos a una licencia Creative Commons Diseño y desarrollo > gcoop. 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